¿Las lenguas son clasistas?

 

Rio de Janeiro

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¿El portugués es clasista como el francés para ti? Me preguntó un querido amigo conterráneo que también se encuentra en condición de migrante pero en el extremo norte del continente. Esta pregunta, aparentemente ingenua, resultó de una breve pero profunda conversación en una red social, sobre nuestros anhelos y sentimientos de pertenencia como mexicans fuera de nuestra tierra, él en Canadá, yo en Brasil. Él migrante para buscarse la vida junto a su nueva familia de origen canadiense; yo, migrante para buscarme a mi misma a través de la experiencia del aprendizaje y el deseo de descubrir territorios lejanos.
Hace dos meses que su pregunta me da vueltas en la cabeza y por supuesto, no tuve ninguna respuesta instantánea con fundamentos suficientes para mi mente de lingüista que todo lo quiere analizar.

¿Cómo decir si una lengua es o no clasista?
Tal vez si partimos del principio de que tanto el portugués como el francés o el mismo castellano, son las lenguas de los colonizadores, podríamos afirmar que son de facto clasistas.
Tal vez si pensamos en cuántas lenguas luchan para sobrevivir en los territorios delimitados por las fronteras nacionales, conocidos como países.
Pensé también en cuáles adjetivos le daría yo al portugués, además de clasista. Tal vez, guapachoso, musical, sensual, cálido, acogedor... en fin, creo que cuando empleamos tales calificativos, estamos pensando más bien en los hablantes (Otro pensamiento que me surge como buena lingüista). Y eso me lleva a la conclusión de que tal vez los canadienses francófonos, pueden ser clasistas o que los brasileños pueden ser sensuales y musicales.

Por supuesto que no podemos generalizar y mucho menos etiquetar a todo un pueblo por culpa de unos cuantos o por gracia de otros tantos. Todo esto me atraviesa desde mi condición de mexicana migrante en un país tropical, que no tiene nada que ver con ser mexicano en un país nórdico.

Es verdad que no hablar la lengua dominante del país nos pone en el lugar delicado de la ignorancia, nos hace susceptibles al engaño, nos hace frágiles como en la infancia, cuando no sabes pronunciar o conjugar un verbo correctamente y se burlan de ti, y muchas veces, nos piden repetir 10 veces la misma frase porque no nos entienden (o no quieren entendernos).

Y entonces nuestra lengua materna, que también es una lengua hegemónica, la lengua del reino de Castilla, se vuelve nuestra principal herramienta de conexión con nuestras raíces, nuestra forma de comunicar nuestros anhelos, miedos, pesares y felicidades. Es curioso que nuestras raíces en realidad sean mucho más profundas y es triste no reconocernos en el Náhuatl, el maya, el Quechua, el Tupí-guaraní o el Inuit.

¿Cómo puede ser una lengua clasista y al mismo tiempo reconfortante?
Todo depende, como siempre, del contexto, tiempo, lugar de donde se habla.
Pero hay algo que me maravilla, que me hace pensar que existen alternativas a lo que nos imponen como verdadero, puro o correcto; así como en muchas islas ex-colonias europeas, creamos nuestra propia lengua, híbrida, irreverente, flexible, armónica, guapachosa y solidaria: el portuñol.

El portuñol se habla a lo largo y ancho de Brasil, como testigo de la frágil línea que dibuja las fronteras. Aquí nos encontramos y hablamos en portuñol, en spanglish o en frañol como una forma de reconocernos en otros territorios. A través de estas "nuevas lenguas" nos atrevemos a quebrar los límites de la gramática y de las fronteras, nos rebelamos contra la soberbia implícita en la idea del Estado Nación, evidenciamos lo que se impone como política lingüística y que contribuye con la discriminación y con la exclusión de los hablantes de otras lenguas, muchas veces minorizadas. Hablar en otras lenguas que no la reconocida como lengua oficial en cualquier territorio es un acto político, principalmente cuando se trata de las lenguas, y sobre todo sus hablantes, discriminadas y minorizadas históricamente.
 







Clau Mar





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