Un lugar en Blanco & Negro
Era una de esas ciudades absurdas siempre en movimiento, oscilando entre la grandeza de su tierra fértil y la codicia de sus governantes. Una ciudad donde un cálido sol refleja sus rayos en el agua del drenaje abierto y hediondo. Donde los árboles tropicales y floridos intentan sobrevivir al exceso de hidrocarburos, y con su majestuosa sombra cubren a la gente que se (des)encuentra al paso rápido de las horas. Era un día gris típico de invierno, la lluvia, el viento nos hacían a todos sentir el peso del cuerpo, ver la crudeza en su quinta potencia, tanta vida y tanta muerte al mismo tiempo, mientras unos pasan hambre, otros despilfarran billetes. Deja un gusto extraño en la boca, ganas de cerrar los ojos, necesidad de mantenerse despierta, siempre alerta y entender que el agua de lluvia también limpiará los caminos. Una ciudad que huele a sal, a flores, a mierda, a aceite recalentado, a frijoles con ajo, a palomitas con mantequilla y tocino, a cigarros de hoja verde. De la periferia