Un lugar en Blanco & Negro

Era una de esas ciudades absurdas siempre en movimiento, oscilando entre la grandeza de su tierra fértil y la codicia de sus governantes. Una ciudad donde un cálido sol refleja sus rayos en el agua del drenaje abierto y hediondo. Donde los árboles tropicales y floridos intentan sobrevivir al exceso de hidrocarburos, y con su majestuosa sombra cubren a la gente que se (des)encuentra al paso rápido de las horas. 




Era un día gris típico de invierno, la lluvia, el viento nos hacían a todos sentir el peso del cuerpo, ver la crudeza en su quinta potencia, tanta vida y tanta muerte al mismo tiempo, mientras unos pasan hambre, otros despilfarran billetes. Deja un gusto extraño en la boca, ganas de cerrar los ojos, necesidad de mantenerse despierta, siempre alerta y entender que el agua de lluvia también limpiará los caminos. 

Una ciudad que huele a sal, a flores, a mierda, a aceite recalentado, a frijoles con ajo, a palomitas con mantequilla y tocino, a cigarros de hoja verde. De la periferia al centro, del viejo puerto a la zona residencial, las construcciones de viviendas unas encima de otras y todas encima de cerros, van dejando coloridos paisajes en decadencia, la pintura corroída por la humedad y el descuido, las ventanas –cuando las hay- con los vidrios rotos probablemente por algún vendaval enfurecido o, lo que es peor, por alguna “bala perdida”. De este lado de la ciudad las puertas están siempre abiertas a la esperanza de un nuevo día sin frio. En blanco y negro se resume la vida cuando la realidad es tan cruda.




La ciudad del sur pareciera ser otro mundo, los edificios crecen en dimensiones desproporcionadas, las ventanas no sólo tienen vidrios reforzados contra los vientos y contra las balas "perdidas", como también tienen protecciones de metal y las puertas siempre cerradas a la posible intromisión de algún invasor “bandido vagabundo”. 

Al fondo, la voluptuosidad de los montes se impone con mensajes de resistencia, ellos que siempre han estado ahí, se han convertido en tierras violadas por la codicia y la ambición de poder. Resaltan a la vista las construcciones ostentosas donde la gente intenta vivir sin salir de su burbuja de oro que les permite ver, cómodamente, desde adentro, la ofuscada revuelta de los que viven sin techo, sin nada, con hambre. 



Y ya que hablamos de gente, hablemos de la gente que le da color y vida a las calles antiguas, a los  edificios derrotados por la modernidad y el despilfarro. Hablemos de esa gente que camina, que trabaja, que lucha, que ama y que levanta la mirada para asumir dignamente lo que alguien les dijo un día: que así “les tocaba vivir”. Es gente que lleva el despojo y la violencia desmedida en la propia piel, piel de ópalo, piel de tierra, es gente que sobrevive con la satisfacción más sincera y profana, siempre al ritmo de la música.

Me acuesto con la mente segura y el corazón compasivo, con el cuerpo en modo de guerra, me pregunto por qué y sin respuesta duermo. Rio de Janeiro, 14 agosto 2014

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